La pandemia frustró su escuela de arte y descubrió su pasión por el campo produciendo huevos

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Antes de la pandemia Macarena Etcheberry tenía una escuela de artes
dramáticas para chicos. Con el cierre obligado de 2020 volvió a sus raíces, y produce con un gallinero móvil.

Fuente: Clarin Rural

El caso de Macarena “Maca” Etcheberry, el de su vínculo con el campo y la producción es como ese amigo/a de la primaria y la secundaria con el que conviviste años sin pena ni gloria pero cuento te lo reencontrás en la juventud, de vuelta en el pueblo, te enamorás. Es mirar a alguien (en este caso algo, la actividad rural) con los de otra manera.

Lo que más recuerda Macarena de su infancia y adolescencia vivida en el campo es “lo social”, nunca lo productivo. Sin embargo, la pandemia truncó otro trabajo que tenía en la ciudad (cuando todo se cerró) y la obligó a volver al campo, pero en este caso para producir. ¿Qué? Huevos. ¿Cómo? Con un gallinero móvil.

“Por parte de mi madre somos 24 primos hermanos Melón Gil, y por mi padre, los Etcheberry, 48, por eso lo que más recuerdo de cuando era chica es estar con una banda de primos en el tanque australiano, en alguna aventura o haciendo alguna travesura, siempre con mucha diversión, mi principal recuerdo y motivación de chica en el campo era lo social”, apuntó Etcheberry.

Su historia con lo rural viene desde sus bisabuelos, por parte de madre y de padre. Ella y sus cinco hermanos, ya son cuarta generación. Por el lado de su madre, los Melón Gil, recordó que su bisabuelo Isaac llegó al país en 1906, con apenas 13 años, proveniente de Galicia, España. Al poco tiempo puso un almacén de ramos generales en General Madariaga.

“Dormía poco porque durante las noches me las pasaba estudiando contabilidad sentado al lado de las latas de galletitas”, recordaba el propio Isaac una nota publicada en la revista “Siete días” de 1971. Según le contaron a Macarena, “era fanático de los números” lo que le permitió empezar a comprar campos en Buenos Aires y llegar a tener hasta 60.000 hectáreas”.

Uno de esos campos es “Santa Marta”, cerca de Carlos Pellegrini en el oeste de Buenos Aires, heredado por su abuelo Juan Carlos “Pichón” Melón Gil, que luego fue parte de la herencia de la madre de Macarena, Felicitas Melón Gil. “Toda nuestra infancia fue en Santa Marta”, recordó Macarena (27 años), que es la más chica de seis hermanos (la hermana que le sigue tiene 10 años más que ella).

El más grande es Pablo (46), que maneja los destinos del campo materno en el que el “core business” es la ganadería vacuna de ciclo completo, pero también hacen agricultura, tienen ovejas, cerdos y hasta algo de apicultura. El padre, Paul Etcheberry, ha hecho su camino y trabaja otro campo.

Pablo se metió en el campo de una. El resto, si bien no desarrollaron profesiones vinculadas a la producción siguen muy ligadas a la ruralidad. María Clara casada con Guillermo que es agrónomo y están en Torquinst; María Felicitas con Javier en otro campo en Pellegrini; Estefanía con Mauricio que es apicultor; y Alvaro, es orfebre.

Artes dramáticas

Al igual que sus hermanas, Macarena no siguió ni ingeniería ni veterinaria, sino Artes Dramáticas en la Universidad de El Salvador. Eso fue a los 19. Antes, a los 17, se había ido a vivir a Estados Unidos dos años. “Siempre me llamó la atención el teatro, y por eso cuando volví empecé a estudiar”, contó Etcheberry. Y agregó: “Siempre fui muy rebelde y en mi adolescencia dejé de pasar tanto tiempo en el campo y estaba más en el pueblo, con amigos, ahí perdí un poco la conexión con el campo”, contó Etcheberry.

“En 2019 me puse un taller de arte para chicos, pero la pandemia me obligó a cerrar en marzo de 2020 y ahí fue que surgió la idea con mi hermano Pablo de empezar con las gallinas”, contó Macarena, que recuerda que, cuando la vida en las ciudades estaba paralizada, en el campo todo seguía. Eso la motivó el doble a volver al campo.

Claro, había un problema. Tenían el espacio, se podían armar las instalaciones del gallinero móvil (de hecho, las armó Pablo), pero Macarena no tenía ni idea de gallinas y producción de huevos. “A mi hermano lo convencí diciéndole que hagamos una sociedad, si ganábamos o perdíamos, ganábamos o perdíamos los dos, pero nadie daba dos mangos por mí cuando arranqué,”, recuerda.

El gallinero móvil

Las primeras gallinas llegaron hace en diciembre de 2020. “Empezamos con 1000 gallinas, hoy tenemos 800, tuvimos que ir aprendiendo, cometimos errores, no fue ni es fácil”, advirtió Etcheberry, que detenta 13.500 seguidores en la red social Instagram.

Allí postea fotos que tienen que ver con la cotidianeidad productiva, las gallinas, las posturas, o videos limpiando y seleccionando huevos.

Mucho de lo que fue haciendo se lo debe a lo que aprendió del libro “La ganadería paralela” de Bruno Vasquetto y Juan Dutra. Para 1000 gallinas se necesitan 2 hectáreas. Las parcelas son de 50×50.

Hicimos el gallinero móvil porque es un sistema que respeta el ciclo natural de las gallinas, que están libres y pastorean alfalfa, no les ponemos luces ni nada, y cada siete días enganchamos el gallinero al tractor y lo movemos junto con las redes eléctricas que lo circundan y evitan que se metan predadores, con los cuales ya hemos tenido problemas”, contó Etcheberry. Además, el guano de las gallinas sirve de fertilizante para esa parcela que se va dejando.

La alimentación se complementa con balanceado. Así producen unos 700 huevos por día. “Me parece importante contar que es un sistema que está muy instalado en Argentina y el mundo, hay mucha gente que lo hace, pero a nosotros se nos está complicando porque económicamente no nos está resultando como esperábamos porque el huevo no aumenta, pero sí todo el resto, desde la electricidad hasta el alimento, estamos en un momento en el que no sabemos si seguir aguantando o bajar la cortina, por ahora seguimos”, lamentó Etcheberry.

Claro, el verano es el momento en el que las gallinas aumentan las posturas y, por un tema de oferta y demanda, el precio de los huevos baja. En invierno, cuando hay menos (menos horas de luz, además la gallina hace el replume), quizás suba, pero habrá menos para vender también. Es aquello de “el precio que se paga por los huevos al productor va por escalera y los costos por ascensor”.

“Es un producto que se puede diferenciar, es una yema más naranja, más firme, y con otro tipo de vitaminas, tratamos de cobrar ese plus, pero es difícil”, confesó Macarena.

Sensaciones y desafíos

“Creo que cuando te levantás y no renegás para ir a trabajar, eso ya te dice todo, yo en mi vuelta al campo con las gallinas descubrí cosas que estaban en mí, pero no sabía que podía hacer”, apuntó Etcheberry. Y agregó: “Además, desde las redes sociales la gente ve cómo se puede producir de esta manera y lo que hacemos en el campo”.

“Me fui haciendo a los ponchazos, no sabía nada, no conocía nada, pero lo que me queda de este año es la experiencia, por supuesto que me falta conocimiento, pero la experiencia que voy sumando es muy valiosa”, reflexionó.

Cuando mira hacia adelante, avizora un futuro en el que le gustaría estudiar (ahora sí) producción agraria. ¿Qué cambió de la joven de 20 a la joven de 27? “Las gallinas hicieron que volviera al campo y sintiera otras cosas que estaban latentes, pero no se habían despertado, por eso, hacia adelante, ahora, veo mucho más que las gallinas y los huevos, me veo en otras actividades y para eso me falta mucho conocimiento”, confesó Macarena.

Por ahora, sigue hacia adelante. Aunque no está libre de dicotomías: “Esa capacitación y búsqueda de nuevas tecnologías de producción me gustaría hacerla unos años afuera, pero también a veces pienso en reabrir el taller cuando pueda, que se yo, siempre trato de buscar proyectos y la parte positiva”.

Macarena Etcheberry es probablemente la muestra de que hay que animarse y que cuando hay una meta u objetivo, un deseo que se encuentra con la pasión, las cosas se pueden hacer.

 

 

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